«Brit Shalom» – leyes prácticas para los hijos de Noé, versión breve
Prólogo
La humanidad en nuestros días se cuenta aproximadamente en siete mil millones de personas. Nunca llego la humanidad en el pasado a estas dimensiones. Las fuerzas de construcción latentes en la humanidad son poderosas, y paralelamente, las fuerzas de destrucción son grandes también. El futuro está envuelto en neblina. Todo depende de la conducta de los seres humanos, si van a dirigir sus fuerzas en pos de la construcción y la felicidad verdadera o en pos de la destrucción y de alcanzar felicidad aparente.
Existe una lucha de grandes dimensiones alrededor de los valores en los cuales es adecuado dirigir nuestras vidas. Ésta lucha se condensa, entre otras cosas, en lo que se acostumbra llamar hoy en día: choque de civilizaciones. Mayormente la lucha se extiende entre el mundo accidental en sus matices y el mundo islámico. Secuelas de ésta lucha se notan en procesos adicionales, como ser en la elevación del estatus de la cultura del lejano oriente y de la cultura de la Nueva Era por el otro lado del mundo. Las grandes transformaciones que ocurrieron en la humanidad en los últimos siglos, que en parte produjeron un progreso sin parangón en el mundo, trajeron también sensaciones de confusión y vacuidad. Las sangrientas guerras mundiales agregaron a la desesperanza de encontrar un futuro portador de significado para los seres humanos.
Dentro de todo éste complicado conjunto de incesantes luchas de valores y de fuerzas, ocurrió un proceso de retorno del pueblo judío a su tierra y la obtención de su independencia política. El suceso del retorno a Sión tiene un significado profundo para toda persona pensante y responsable en nuestro mundo. Y esto es así, ya que el pueblo de Israel tiene una posición especial en el mundo de símbolos de las grandes culturas del mundo, que deja una huella también en el inconsciente colectivo de la humanidad. El establecimiento del Estado de Israel es para muchos una incógnita teológica, o por lo menos una razón para re- pensar sucesos de la historia y el lugar del pueblo del libro en ella. Al pueblo judío se le requiere responder a la pregunta de las naciones del mundo con respecto a Israel, y ésta es: ¿Qué tienen ustedes para decirnos? La sociedad israelí, por mucho tiempo ocupada en luchas por su supervivencia y en la preocupación por la prosperidad económica, dejó los interrogantes espirituales, característicos en la tradición judía, para el debate en el ámbito interno de la sociedad, casi sin participación de la cultura general. Ahora llegó el momento de esclarecer los mensajes universales del judaísmo y su aporte obligado en la nueva era, para el nuevo mundo.
Nuestras palabras son una propuesta para comenzar la renovación del dialogo entre Israel y las naciones. El carácter de este ensayo que se le ofrece al lector, es esencialmente Halájica- práctica. Pero no hay que equivocarse, la Halajá (ley judía), no es sino una rama del conjunto integral del mundo espiritual y ético de la humanidad en general y del judaísmo en particular. La humanidad conoce muchas identidades, y, seguramente, se hará sentir la necesidad del dialogo profundo con los representantes de las diferentes culturas, con el fin de inspeccionar la compatibilidad de los contenidos de nuestro libro, con el rico acervo humano y espiritual de cada familia de las familias de la tierra, para serles de provecho.
Una de las cuestiones que dividen al mundo en nuestros días es el interrogante sobre el lugar de Dios y del hombre. La cultura occidental heredó de la filosofía griega la premisa según la cual, el hombre es el centro de todo lo existente, en cambio, Dios -si es que existe- está en la periferia. Según esta percepción, el régimen ideal es la democracia y en especial la liberal. Un apéndice indispensable de esta postura es la libertad del hombre y a partir de ésta, también la permisividad.
El mundo islámico, por el contrario, no comparte estas premisas, y sostiene la postura tradicional según la cual Dios es el centro absoluto de todo, mientras que al ser humano le queda una postura periférica, de sumisión ante la divinidad. Por eso mismo, el progreso que caracteriza a occidente, es percibido con sospecha, y la permisividad que lo acompaña es usada para descalificarlo. El régimen democrático también se percibe como amenazante de la integridad religiosa.
En una de lucha como ésta, a simple vista, no parece simple llegar a una conciliación y entendimiento. De todas maneras, se puede acercar a estas dos civilizaciones para una conciliación, solo al escuchar atentamente al mensaje singular del judaísmo. Según la tradición judía, no es Dios el que está en el centro, y tampoco el hombre, sino el dialogo entre ellos, o bien la participación del hombre en la realización del acto del Génesis. De esta manera se le quita el aguijón al contraste que antes presentamos. Existe una simpatía entre el creador y su creación. Ésta simpatía se encuentra tanto en la vida individual como en la general. La sociedad entre el creador y el hombre ocurre en nuestra generación en la práctica, en el proceso del retorno a Sión y la restauración de la presencia divina al interior de su pueblo, en el Estado de Israel.
Otra cuestión de principios que perturba la tranquilidad moral de los seres humanos es la pregunta sobre la unificación de valores. Todavía no se ha encontrado la solución perfecta para la concordia entre valores que aparentemente se perciben como contradictorios. La pregunta emerge con agudeza en cuanto a la relación entre el valor de la compasión y el de la justicia. Mientras que el cristianismo legó al mundo la premisa por la cual la compasión – y solo ella- es el valor moral exclusivo, cosa que se expresa en todas las áreas de la cultura occidental, el islam, consistentemente, prefiere el atributo de la justicia en todo su extremismo, como voluntad divina.
También aquí viene el judaísmo en asistencia de la humanidad. La tradición bíblica y la talmúdica por igual nos indican en la ley llevada a la práctica, un sendero para la unificación de los valores. El ideal moral supremo es: “hacer caridad y justicia” (Génesis 18: 19). La implementación práctica de esta unificación aparece tanto en las guerras del Estado de Israel que, a pesar de todas las difamaciones hacia él, como en el estrato político y en el tejido social del Estado de Israel, que se caracteriza por el trato justo hacia una minoría hostil dentro suyo.
El pueblo de Israel es reconocido en la humanidad como el canal de revelación de la voluntad divina, el portador de la profecía. Por esta razón, el pueblo judío se conoce por tener el rol especial de ser “luz para las naciones”. La centralidad del pueblo de Israel como transmisor de la palabra de Dios, se puede asemejar a la función del corazón dentro de los miembros del ser humano (libro de Kuzarí 2: 36). No hay dentro nuestro una sensación de superioridad y jactancia, sino la responsabilidad por la reparación del mundo. Contrariamente a otras tradiciones que reclaman un papel universal, pero luego transforman a sus seguidores en imperialistas que imponen su identidad sobre los demás, el judaísmo no aspira a anular la riqueza cultural de los seres humanos, sino por el contrario, se satisface con proyectar en vez de imponer. Por eso mismo, los profetas hablaron de una situación ideal en el futuro, en el cual las naciones recibirán del pueblo de Israel instrucciones y enseñanzas diversas, que concordaran con cada nación, grupo humano o individuo según su identidad singular: “Y vendrán muchos pueblos, y dirán: Venid, y subamos al monte de Dios, a la casa del Dios de Jacob; y nos enseñará sus caminos, y caminaremos por sus sendas. Porque de Sion saldrá la ley, y de Jerusalén la palabra de Dios” (Isaías 2, 3).
En el interior de la tradición judía, dentro de las casas de estudio de Torá, existe un área completa de estudio llamada “La Torá de los hijos de Noé”, que es conocida por los sabios desde hace varias generaciones. En el transcurso de los años de exilio este estudio fue teórico solamente, pero desde el retorno del pueblo de Israel a su tierra, comenzó a despertarse en personas de diferentes naciones, un interés práctico en este contenido especial, que incluye, entre otras cosas, indicaciones prácticas detalladas: Halajot (leyes). Es por eso que me pareció adecuado redactar, para los interesados, un libro de leyes, algo así como el compendio de leyes del “Shulján Aruj” corto y conciso, que trate las principales leyes referentes a todo hombre y mujer del mundo que se ven a sí mismos como hijos de Noé.
Este ensayo, Alianza de paz, que trata sobre la vida práctica, complementa el libro de rezos “Alianza de paz”, para los hijos de Noé, que trata sobre la vida espiritual. “Y formaré con ellos una alianza de paz; será una alianza eterna con ellos” (Ezequiel 37, 26).
Mi agradecimiento a los que colaboraron en el esclarecimiento de las leyes y sus fuentes: Al rabino Malko Sofir, que se ocupó del esclarecimiento de los temas, y al alumno Iejiel Erlij que no ahorró tiempo y energía trabajando con devoción en esta tarea sagrada.
Es mi deseo que este libro sea aceptado y grato ante Dios y los hombres.